Verónica V. Romero: Latir por amor. Morir en él

LATIR POR AMOR. MORIR EN ÉL

Amanece de nuevo. La ciudad que la acoge se muestra muy distinta a aquélla que abandonó hace ahora dos meses. Al principio cualquier resquicio de vida humana le parecía totalmente atípico y embriagadoramente convincente. Ella, presa consciente del cancerbero Amor, había decidido sin contemplaciones ningunas, un cambio de residencia. Movida por latires (que no latidos) viscerales, se había lanzado al precipicio de lo inexplicable y lo incoherente cuando escuchó:

– “Nunca me dejes, no te vayas nunca”.

Así fue la decisión. Cogió lo poco y justo que entraba en una maleta de dimensiones regulares y se fue, a su lado. Tampoco le pesaba. Sabía distinguir el amor de otro tipo de sentimientos que suelen ir ligados a éste. Y estaba firmemente convencida de que el paso dado era el correcto. “Una vida no podrá bastarme a su lado”.

El cambio de residencia suponía un empleo nuevo, hacer amistades, conocidos en su caso, y aprender nuevas experiencias en el contexto de otros entes.

Eso sí complacía su curiosidad. Extasiarse en la vivencia ajena. Observar los gestos que distinguen a los seres humanos entre sí. Deducir, a través de una conversación que mantienen dos individuos, cómo es el carácter de cada uno de ellos y poder detallar en su cabeza a qué corresponden según qué actos.

Acostumbraba a rendir su cuerpo antes de que la noche llegara para procurarse un sueño prematuro que, en múltiples ocasiones, debía ser incitado por una específica medicación que tomaba desde hacía unos meses para su insomnio crónico. Los días que se encontraba ociosa engañaba la cabeza con mil y una invenciones distintas para aventajarle el paso al tiempo. Acortar minutos a las horas y horas a los días era una empresa indispensable en su quehacer. Podría decirse, en cierto modo, que el asueto le parecía una mochila pesada e injustificada. Muy incómoda de acarrear.

Durante las primeras semanas se afanó en la búsqueda de un quehacer. Sembró con su currículo todas las empresas que pertenecían al ramo de su especialización. Al mes, estaba desalentada, triste y cabizbaja. Pronto empezó a dejar caer su documentación laboral en lugares donde la preparación no es necesaria.

Sabía que esta decisión podía doler a algunas personas pero ella estaba decidida a no volver a la tierra que la vio nacer.

Porque estaba enamorada. Y, a fin de cuentas, el amor aparece una vez en toda la vida. Y ella supo reconocerlo cuando lo tuvo delante.

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“Es la duda lo que me hace retreparme. Es la duda en ti lo que me aleja del horizonte que vemos claro. Ahora sí, ahora no. Por las mañanas tenemos el rumbo, vespertinamente me informas de que el deseo es otro.

Podría darte todo y más. Pero no sé qué quieres exactamente. Y me confundes, me confundo. Me aturdo y no encuentro respuestas. Porque las preguntas que callas no quieren obtener respuestas.

Y yo no puedo darlas si pienso que limitas el uso del lenguaje al patrón de mi complacencia. Puedo esperar, puedo estar aquí, a tu lado, el tiempo que necesites, el que te haga falta, el que justifiques mientras intentas dar sentido a todo lo que nos viene sucediendo.

Puedo incluso matar las horas con una espera que me calcina el entendimiento.

Si es por ti, sí”.

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“Y aparece el fantasma del pasado.

– El tuyo es largo, es extenso, ¿Qué puedo yo darte?
– Para mí todo es nuevo.
– … Umm

Y no es nuevo. Una gacela no puede enseñar a una pantera a desentripar a un mamífero cualquiera. Ni un peral alcanzará jamás la robustez de un olmo. Y entra el deseo en juego.

Me miras, te observo, enciendes las pupilas, tus mejillas se acaloran mostrando el sonrojo de la pasión y tus labios se van acercando a los míos. Noto el pulso acelerado y el ritmo de mi sexo que se violenta conforme tus labios entreabren los míos con la lengua temblorosa y experta. Y cedo a ti.

Destemplada y ridícula como una adolescente que jamás dejó entrar a nadie en ningún recoveco. Cedo y mis manos detallan con minuciosidad extrema cada ínfima parte de tu piel externa. No puedo filtrar mis dedos a través de esa capa de carne que me separa de tu alma.

Y yo quiero apresar tu alma. El cuerpo no lo quiero. Yo quiero ser la primera que alcance lo que otras manos nunca pudieron tocar, ni besar, ni acariciar, ni beber.

Un solo instante, un solo gesto o un ademán explícito de tu rostro o tus manos pueden desencadenar en mí toda una serie violenta de sensaciones. Y me las muerdo en la boca del estómago por no apresar tu cuerpo entero y mío en las garras de mi melancolía.

Una melancolía abatida y celada.

Protegida.

Velada y cuidada desde un primer momento.

Te doy la vida, las manos, el esfuerzo y el futuro. Pero no me pidas la melancolía. Porque tan sólo mía es donde alcanza su plenitud como sombra que me nutre.

Y si me entregué completamente, mandando mis principios regios al mausoleo del olvido, es cosa mía. Sé que lo hice por amor. Y es indiferente a mi juicio cualquier otra razón. Porque, mi bendición, razón eres tú en su fin y medio mismos.

Y no atiende el sordo a ruegos gritados ni el ciego a colores en el Cielo.

¿Puede la noche en su letargo de oscuridad vencer la aurora y perpetuarse como manto para los mortales, los inmortales y tanta vida que puede acoger el Universo en sí y para sí mismo?

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– ¿Nos casamos?
– Sí.
– ¿Cuándo?
– No sé.

Tienes el miedo de no saber. La incertidumbre errada de creer que me iré. Pero no lo haré. No sé explicar el por qué ni el cómo ni el cuándo. Sólo sé que nací para estar en ti. Es precipitado y lo sé.

Puede que se vea la locura en nuestros actos. Pero es muy cuerda la mano que apresa la otra. Es un misterio el porqué de tus retinas tatuadas en mi nuca. Es un sacramento abrazarte y notar el tic-tac de mi corazón en la siniestra del pecho y el tic-tic-tac del tuyo en mi diestra.

Porque, ¿tú has llegado a sentir dos corazones latiendo en el mismo pecho? Yo sí.

El tuyo golpeaba mi caja torácica haciendo bombear el mío.

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Alguien podría pensar que todo es rápido. Pero ella sabe que el tiempo mata.

La premisa de “tenéis todo el tiempo del mundo” es falsa, despiadada y perezosa. Y no es argumento suficiente para hacer un alto en el camino y pararse a remojarse la frente en un manantial de prosperidad ermitaña. “Sola se camina más rápido”. Mira sus piernas. “Sí, son largas. Caminan deprisa, son eficaces para el caso”. La tendencia convencional a la garantía antes que al riesgo le parece algo obsoleto e inmaduro. Cuando ya encuentras en la tienda el artículo que deseas, ¿sigues buscando en el mismo sitio? ¿Y en otro? No. La respuesta es no.

Lo más fácil a ojos ajenos es cada cual en su tierra y a esperar la oportunidad. Pero eso es tiempo. Y es distancia.

Y en ambos casos, es pérdida.

Y ella, en su despiste continuo que se percata de cada detalle, es consciente de este hecho.

Por eso nada le sobra, nada le basta. Nada la hiere, nada la sana. Nada sacia su hambre, nada provoca su sed. No tiene pasado, ni presente ni futuro. Porque olvida, rehace y proyecta. Y, en desmanes austeros, el Destino, acongoja su espíritu y la devuelve a su endeblez de papiro viejo y quemado que nada tiene que ofrecer.

Pero se levanta.

Porque, en su imperfección perfecta, se sabe beso de buenas noches.

Y se sabe alma amada, amante y cómplice de una hebra compartida.

© Verónica Victoria Romero Reyes. VVRR ver currículum »