1er Premio Narrativa III Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2012
El Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal
Como la rutilante grandeza del microscópico átomo de la materia, el Hombre siempre se ha creído el orgulloso gobernante de las razas y los mundos, pero si de una vez alzara su mirada al Espacio y contemplara y sintiera en su carne toda su insignificancia, cambiaría toda esa soberbia ingente con aires de grandeza por la humilde ingenuidad con la que un niño juega con un juguete que no sabe de dónde ha salido, y no sabe porqué juega, ni hasta cuando, ni para qué.
En alguna región insospechada del gigantesco Universo, tenía lugar una conversación telepática entre dos entidades, conversación sostenida en el interior de lo que conocemos por “nave espacial”…
– ¿Están listos los niños?
– siiii, claro, es la enésima vez que me lo preguntas, ¿no crees que les das demasiada importancia?
– simplemente quiero hacer bien mi trabajo
– ¿trabajo? ¿acaso nos pagan por hacer algo así?
– oye, está claro que tú y yo somos muy diferentes, así que limítate a llevar a cabo tu parte y no acabes con mi paciencia.
– pero si sabes que aunque no lo hiciéramos tampoco pasaría nada, tarde o temprano terminan aniquilándose
– esta vez será diferente, el programa está más desarrollado
– pero si sabes que son primarios, violentos, instintivos y sólo saben utilizar el diez por ciento de su capacidad cerebral
– mientras haya planetas donde ellos puedan prosperar y tener una nueva oportunidad lo seguiré intentando, seguiré colaborando con la causa
– lo que tú digas, está terminando la proyección de los valores humanos
– perfecto, en cuanto crucemos las coordenadas de los corales afrisales empezaremos con los preparativos.
Mientras tanto, en un aula especial de la aeronave, dos niños de corta edad; Rebeca y Abraham visualizaban imágenes animadas proyectadas por las paredes del recinto, paredes formadas de algún material parecido al cristal que tenían multitud de usos y uno de ellos era ser pantalla panorámica.
Los muchachos fueron reclutados de diferentes partes de la Tierra, no se conocían ni hablaban la misma lengua, pero reunían los requisitos necesarios para llevar a cabo con ellos los planes de las entidades y después de pasar por varios trámites de procesos científicos, podrían relacionarse y comprenderse el uno al otro.
Mientras la lluvia exterior de láminas de coral se arremolinaba en torno al bólido espacial envolviéndolo en nubes multicolores, en varios laboratorios de la nave se terminaba de codificar un antiguo proyecto de varias fases que había sido restaurado para perfeccionarlo, el proyecto “Empedócles”. Se trataba de dos “microchips” de tecnología vanguardista, que más tarde se insertarían en los cerebros de los niños, precisamente en una cavidad parietal, lugar donde, una vez hubieran realizado su trabajo, podrían ser extraídos sin problemas ni secuelas.
La segunda fase del proyecto incluía un árbol de cualidades asombrosas, un híbrido entre tecnología y naturaleza, un ramificado mastodonte que contaba con una parcela de vida propia y otra de inteligencia artificial manipulada.
Los “microchips” eran llamados “eslabones”, y al árbol se referían por “emisario”.
El emisario ya había sido instalado en la zona precisa del planeta que pretendían colonizar, muy pronto se procedería a la inserción de los eslabones y con ello a garantizar la supervivencia de una raza que, debido a su propia ambición e ignorancia tenía los días contados.
Las entidades que habían organizado tan estudiado plan, provenían de latitudes remotas del Universo, poseían una tecnología nunca vista y más avanzada de lo que ningún mortal podía imaginar, pero se sabía muy poco acerca de ellos, eran muy discretos, y nada hostiles, pues además de avanzar en sus conocimientos tecnológicos acerca de la aeronáutica, manipulación de la materia y aprovechamiento de las energías naturales, habían desarrollado conceptos inverosímiles para la comunicación, así como el transporte, pero si hay algo que cabe destacar verdaderamente de estas entidades misteriosas, era su moralidad. Habían desarrollado una capacidad equitativa y equilibrada envidiable, profesaban dogmas de respeto y armonía con el Cosmos, se desconocía si eran mortales o inmortales, lo cierto es que gracias a ellos la Humanidad volvería a gozar de otra oportunidad.
Aunque pareciesen semidioses comparándolos con los humanos, no lo eran, también tenían sus limitaciones en casi todos los ámbitos y rendían culto a una supuesta entidad superior a la que denominaban “Fátum”.
La aeronave ya había superado las coordenadas de los corales afrisales y Abraham ya estaba siendo intervenido quirúrgicamente, Rebeca esperaría su turno, el programa establecido estaba siendo todo un éxito.
La nave de las entidades no se propulsaba mediante ningún motor a combustión, ni utilizaba combustible orgánico ni nada parecido, lo hacía mediante un sistema muy avanzado de navegación por radiaciones. Las radiaciones en el Universo permanecían por doquier, unas en movimiento, otras estáticas, un voluminoso aparato las detectaba y decodificaba para emplearlas en fusiones con elementos desconocidos. El resultado de esas fusiones se condensaba en rayos invisibles propulsados a través de catalizadores naturales y les servía para desplazarse. Un programa matemático aplicado por computadoras vivas les ayudaba a ir desglosando vectores del espacio, de esa manera veían qué clase de energías poblaban la zona analizada y las catalogaba para su uso. Disponían de una fabulosa materia maleable, blanca y fría llamada “Verso” que era extraída sin descanso del único lugar donde se encontraba, un planeta-cometa del mismo nombre. Esa materia era disparada en chorros contra los agujeros negros, tenía la cualidad de hacer visible la materia oscura y además de eso, de configurar las fluctuaciones de materia desordenada de los agujeros negros de manera que, si se atravesaban en el mismo momento en que eran disparados por rayos Verso, servían de puertas dimensionales.
Rebeca estaba siendo coronada con su eslabón, Abraham seguía recibiendo proyecciones visuales y comenzaba a notar la presencia de nuevos estímulos cerebrales.
Los eslabones debían garantizar la existencia de los niños, debía inspirarles ante los problemas para llegar a su solución, debía instarles a procrear entre ellos, debía orientarlos entre el campo incultivado de su inmadurez, garantizar su supremacía ante las demás criaturas que encontraran y sobre todo motivar su evolución. Mediante descargas de mensajes a través de los sueños o intuiciones tomadas como personales, debían encontrar el camino hacia su supervivencia, instaurarse como los pobladores de un nuevo mundo, ser los protagonistas de una gran historia pero ajenos a todo el proyecto que los apadrinaba.
Las entidades podían borrarles recuerdos, e introducirles otros recuerdos diferentes, podían dejarlos sin memoria o atribuirles una memoria sin precedentes de caudal insospechado, podían otorgarles cualidades milagrosas, por las cuales serían tomados por dioses por los demás seres inferiores, pero esa no era la misiva de sus poderosos protectores. Gozarían de la solidaridad de una raza superior pero sólo hasta el momento en que dejaran de merecerla.
Sabiendo tan sólo unas pocas de las cualidades de estos seres sin nombre, resultaba inconcebible pensar en la magnitud de la entidad que ellos mismos veneraban. ¿Acaso sería Fátum el verdadero creador de lo visible e invisible? ¿o por el contrario hasta el mismo Fátum adoraba a otros dioses más superiores que él?.
El planeta del que provenían los niños, la Tierra, estaba siendo amenazado por una global guerra nuclear, era de inminente estallido, un efecto dominó desencadenante de la mayor de las tragedias, la que impedía la vida humana y su sustento. Una guerra provocada por el animalismo humano, la ambición, el interés, la poca inteligencia aplicada a administrar los recursos naturales y por supuesto, la codicia, tan arraigada e las personas de ese planeta como su ignorancia.
Las entidades superiores, conscientes del panorama de la sociedad en la Tierra, urdieron el plan de secuestrar a los niños para evitar la extinción de su raza. Habían vaticinado el descalabro económico mundial y de valores humanos debido a sus múltiples visitas a través de los siglos, habían estudiado al ser humano sin que él lo supiera, sabían de su arrogancia, así que movidos por un sentimiento altruista decidieron dar vida al proyecto Empedócles, ellos se encargarían de controlarlo todo, de mantener el contacto con los niños, de manipular el comportamiento del emisario, por lo menos, hasta que fuera estrictamente necesario. Después de cumplidos los objetivos deberían retirar los eslabones sin rastro alguno, así como desconectar la parte artificial del emisario para que pudiera seguir creciendo y viviendo de manera natural y sin vestigio alguno de sus ocultas funciones.
Su filosofía se limitaba a ayudar a los demás y evitar influir negativamente en todo aquello que les rodeaba, era importante mantener el equilibrio de vida en el Universo, las generaciones debían seguir su curso, incluso utilizaban su capacidad para viajar en el Tiempo de manera casi imperceptible, todo un ejercicio de honestidad y principios.
Tan sólo a simple vista, tenían estos seres algo en común con los humanos, y era que, aunque habían escalado cientos de peldaños en la escala evolutiva, no habían podido deshacerse completamente de la maldad. Una ambigüedad congénita convivía en sus genes, ambigüedad a la que trataban de dominar mediante tratamientos casi mágicos, la misma volubilidad humana que hacía pasar de lo correcto a lo incorrecto recorría sus moléculas y les hacía vulnerables.
Rebeca y Abraham estaban siendo deslumbrados por los eslabones, sus sistemas nerviosos ya recibían órdenes precisas, la astronave ya se adentraba en la atmósfera del planeta elegido, unas sacudidas lo anunciaban, a estas alturas en el lugar exacto donde se debía ubicar el planeta Tierra debía haber una tormenta de piedra y gases, la terrible guerra atómica había amenazado siempre con destruirlo todo y finalmente se cumplieron los oscuros designios de las profecías.
A pesar de la corta edad de los niños, tenían que sobrevivir hasta en las peores condiciones, de cualquier manera, una vez abandonados a su suerte en el desconocido planeta la figura del emisario cobraba mayor relevancia. Su función primera y vital era la de abastecer de frutos comestibles a los pequeños, una protección ante cualquier bestia amenazadora puesto que podían subir por sus ramas a una altura considerable, un cobijo, ya que existían partes huecas dentro de la enorme envergadura donde se podían ocultar para guarecerse del frío u otras calamidades. Su capacidad de dar frutos era inextinguible y rápida, podía volverse luminiscente en la oscuridad, serviría de transmisor acústico si hiciera falta, estaba plagado de sensores informativos; de temperatura, de movimiento, de sonido, de densidad…etc, todo un prodigio de la bioquimirobótica. Si resultara dañado, él mismo se podía autoreparar, a través de unas articulaciones ocultas podía incurrir en movimientos, mediante unas membranas holotemporales podía representar figuras físicas y sobre todo, haría la función de centinela comedido, enviando informes de cada incidencia o hasta pidiendo ayuda si por cualquier circunstancia los eventos le superaran en magnitud o importancia.
Los sistemas de aterrizaje de la nave ya se desplegaban para dar por finalizado el trayecto, comenzaban las maniobras pertinentes para tocar suelo, mientras, en una de las habitaciones permanecían los niños, sentados en sillones de seguridad, juntos, amordazados, de repente sus miradas se cruzaron y como si se hubiesen visto por primera vez, comenzaron a hablar entre susurros y en una lengua que ambos comprendían…
– Hola, me llamo Rebeca
– hola, yo soy Abraham
– dame la mano
– me gustan tus ojos
– a mí me gusta tu sonrisa
– gracias
– ¿estás temblando?
– tengo frío y miedo
– descuida, estoy contigo
– creo que van a abandonarnos
– no te preocupes yo me encargaré de protegerte
– pero nos moriremos de hambre
– eso jamás ocurrirá, yo cazaré para ti
– no me sueltes
– tienes la piel muy suave
– quédate siempre conmigo
-tranquila, nunca te abandonaré.
Los roles de los niños-colonos estaban dispuestos, la amistad nacería entre ellos, después el cariño y así sucesivamente en una escala de afectos hasta llegar al Amor, debían consumar toda su atracción y perpetuar la especie con el rito del sexo, pobres niños de inocencia adulterada.
Los eslabones corrompían el librepensamiento con sus mandatos, el albedrío azaroso era sustituido por certeras directrices, todos los géneros representados en la comedia de la vida, eran mejorados en este guión estudiado, en esta pantomima esperanzadora, sólo quedaba saber qué papel habría de coger la Maldad, el Azar, o la Muerte. Pero ¿hasta qué punto obedecería la mente humana las recomendaciones de los eslabones? ¿sería capaz de obedecer siempre o tarde o temprano se dejaría llevar por los instintos?.
Gran parte de los sensacionales atributos internos del emisario, eran posibles gracias unas ramificaciones venosas de material carnoso y umbilical. Esos canales le unían con la naturaleza y una vez recibida la señal precisa se desintegrarían y fundirían con la tierra sin dejar rastro.
El planeta donde pretendían soltar a los niños se encontraba a millones de años luz de la Tierra, de tamaño aproximadamente tres veces más grande, y con mucha más extensión de tierra y menos de agua. La atmósfera era en su mayoría de oxígeno, pero de mucha más pureza que el terrícola. Los paisajes naturales, de insultante belleza, ríos púrpura y valles de texturas metálicas, montañas de minerales exóticos y nuevos, razas de animales desconocidas, espesura de plantas y flores, luz y color, todo un paraíso de fragancias y delicadezas tornasoladas. Era un planeta con movimiento de traslación alrededor de su sol pero sin movimiento de rotación sobre su eje, por lo que no existían las noches ni los días. Una franja meridional del planeta se encontraba en la linde de las dos mitades, donde los niños debían vivir, en las otras dos partes reinaban la oscuridad y la luz, noche y día perpetuos separados por un anillo de penumbra. Parajes vírgenes y fecundos, ricos y dadivosos, el lugar que toda la Humanidad soñaba.
En la cabina de control de la nave las entidades dialogaban ultimando la descarga de sus huéspedes y su inminente viaje de regreso…
– Aquí es, perfecto, tal y como calculamos, en el tiempo estimado
– esta es la zona indicada, está el manantial bastante cerca, los campos de cultivo, las cuevas, el emisario
– tienen todo cuanto necesitan
– aquí echarán de menos la lluvia, porque no hay nubes
– si pero detestarán las tormentas de partículas que se forman, porque el viento es muy potente e inestable aquí
– es lo más parecido que hemos encontrado
– vamos, acabemos con esto
– a mi señal desconecta todos los sistemas de seguridad y abre las compuertas exteriores
– de acuerdo.
Estos chicos tenían por delante una de las mayores aventuras que se pueden vivir, descubrir un nuevo mundo, descubrirse a sí mismos y ser los protagonistas y padres de una raza. La templanza habitaba sus ojos, pero también la rebeldía, tenían tanto por hacer, que empezarían por jugar con lo primero que encontraran.
La astronave tocó tierra, se silenció todo, unas compuertas gigantescas se abrieron y mostraron el interior, Rebeca y Abraham cogidos de la mano y desnudos caminaban despacio hacia el exterior, un aire perfumado les azotaba los cabellos y les hacía sonreír, sus pies descalzos ya se hundían en la espesa yerba, sus ojos se llenaban de lágrimas, sus corazones de tranquilidad, y en el mismo momento en que la nave se elevó nuevamente ellos corrieron desaforados en dirección a un árbol gigante que destacaba en el fondo del paisaje. Un árbol de ramas plateadas, soberbio, lleno de frutas y vigor, un árbol del que parecía emanar música. Al mismo tiempo que los niños se acercaban al árbol también lo hacía una serpiente de lastimoso aspecto, un reptil que no figuraba en el programa, quizá los chicos tuvieran miedo al verla, o quizá ambos intentaran devorarse el uno al otro, ¿quién sabe? tal vez no se volviesen a ver nunca más.
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