Isabel Oliver: Democracia y república

Publicada el 15 de abril de 2008 en el periódico Levante

DEMOCRACIA Y REPÚBLICA

No es por casualidad que la forma de estado o de gobierno preferida como perfecta por la mayoría de los países del mundo sea la república.
Ya Aristóteles en el s. IV antes de Cristo, al considerar que la ética desemboca en la política y que el individuo es un ser social por naturaleza, que optimiza la consecución de la felicidad dentro del marco de la comunidad, reconoce la necesidad de que esa comunidad esté regida por un conjunto de leyes que hagan claramente diferenciable lo permitido de lo prohibido; lo bueno de lo malo.
Según Aristóteles, tres son las formas puras de gobierno capaces de llevar a cabo este reparto de seguridad y bienestar: monarquía – gobierno de uno solo – aristocracia – gobierno de unos pocos – y democracia- gobierno de muchos o todos. Las tres en su forma corrupta degeneran respectivamente en tiranía, oligarquía y demagogia.
En las antiguas Grecia y Roma precristianas, la democracia se instala de la mano de la república, y desde entonces es la res-pública, república, la que da sentido en su forma más pura a la kratein-demos: democracia.
En Europa, los vientos de la Ilustración trajeron el pensamiento político de Voltaire, Rousseau o Montesquieu, educados en los grandes principios de los antiguos pensadores precristianos, y que pusieron voz a la primera republica liberal al grito de: libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, que derrocó a la monarquía para instaurar el gobierno del pueblo. Desde entonces, el concepto de republica como forma menos mala de gobierno está tan idealizado que hoy muchos países enmascaran bajo ese nombre sus prácticas dictatoriales, permitiendo una tímida participación del pueblo en la elección de algún cargo, que de ninguna manera ponga en jaque el sistema presidencialista.
Si de la experiencia histórica se desprende que la monarquía degenera en tiranía, de la experiencia republicana entresacamos que muchas veces degenera en dictadura.
Si la democracia es la gran ausente durante el absolutismo monárquico, no es menos cierto que en nuestros días, bajo la invocación de la democracia, algunos Estados adoptan la conveniencia de dar a su forma de gobierno el nombre de República con el hábil propósito de procurarse la condescendiente aceptación de los países verdaderamente democráticos.
También bajo el nombre de monarquías parlamentarias late el espíritu republicano en países de África, Asia, Europa y Oceanía, donde la res-pública es ejercida por el domos a través de sus formas directa o representativa.
Si en los regímenes presidencialistas encontramos a la dictadura ahogando el espíritu democrático en nombre del republicanismo, en las monarquías parlamentarias tenemos al espíritu republicano dando cuerpo a la democracia, y, abstracción hecha del único hecho diferencial consistente en la existencia de la simbólica figura real, el nombre que le demos a la forma de estado es lo de menos, porque la democracia es republicana. Del mismo modo es indigno llamar república a una forma de gobierno carente de democracia.
Nuestro rey, Juan Carlos I, demostró ser el primer republicano la noche del 23 F, cuando, pudiendo elegir entre ser jefe efectivo del Gobierno, escogió crecer en democracia dejándose gobernar por el pueblo.
Llegado es el tiempo de cerrar heridas y colgar cicatrices en un clavo, tener presente los aspectos negativos del pasado para evitar que se repitan, y abrir la mente a la edificación de un proyecto común que logre la felicidad de todos los españoles.
Se cumplen setenta y siete años de la proclamación de la II República en España. Estos días los españoles oiremos algunas voces clamando por la III. Yo quiero hacer la siguiente reflexión: ¿De verdad creen que aún no ha llegado?

Isabel Oliver González ver currículum »
Presidente del Ateneo Blasco Ibáñez