CUANDO DESNUDÉ MI ALMA
¡Son tan largas las noches!
las noches de sueño no encontrado
¡pesa tanto el vacío de mis manos!..
mis manos que están llenas
rebosantes de nada
como el soplo de la vida,
que es eterno de nada;
y este reloj implacable
que camina hacia delante
sin darme la oportunidad
de desandar el camino,
de pararme en un ribazo
y arrancar una flor.
Haría tantas cosas ahora que no puedo:
acariciar un perro, leer un libro,
aquel viejo libro de poemas
que siempre dejaba para leer mañana,
Y contestar a la llamada
de aquel niño-hombre
al que cerré la puerta en silencio
porque no tenia tiempo que perder,
metido en la carrera de lo inútil:
crear imagen, consumir,
ascender, atesorar.
¿Imagen?
¡que grotesca imagen veo en el espejo!
¿consumir?
¡calla reloj, no me lo recuerdes mas!
¿ascender?
¡dejadme que ponga los pies en la tierra!
¡mi alma es tan pobre..!
Quitadme las cadenas
os demostraré que vosotros
también estáis equivocados,
dejadme andar de nuevo
y cambiaré la llana carretera
por la empinada cuesta,
y tiraré mi vaso de cristal
para beber el agua del venero,
e indicaré el camino al niño-hombre;
hablaré con él mucho tiempo,
y dejaré la puerta siempre abierta,
y llenaré mis manos de caricias.
Porque estuve ciego, Dios
y no supe verte dentro de aquel perro,
y aunque estabas, no te vi tampoco
en aquel mendigo harapiento,
ni siquiera te ví en la molesta lluvia
que manchaba mi traje.
Ahora que lo pienso, siento vergüenza
al descubrir que también estabas en la cama
de aquella furcia obrera
a quien compré amor por horas,
¿cómo iba a saber yo que cada cosa
era un pesado eslabón
de esta cadena que me ata?.
¡No me dejéis desnudo del todo!
arropadme al meno
con el pecado de la envidia
para que pueda proyectarla
sobre este gorrión
que me mira desde el árbol
que con sus alas libres de hipotecas
tiene la fuerza inquebrantable
de convertir su vuelo en libertad.
Ahora lo recuerdo:
yo también quise ser gorrión un día,
incluso llegué a conseguirlo;
pero vi luego volar una paloma
y quise ser paloma,
y volaba satisfecho
al ver volar por debajo al gorrión,
hasta el día en que el águila
proyectó sobre mí su majestuosa sombra.
Y estas malditas saetas que no paran,
¡callad vuestro aburrido movimiento!,
detén el tiempo unos minutos;
déjame plantar un árbol,
deja que mire al sol al menos,
concédeme la elocuencia de un silencio
que tú tienes la culpa, tiempo.
Si pudiera estar solo,
Para poder hablar conmigo mismo,
“quien habla solo
espera hablar con Dios un dia…”
© Miguel Ángel Martínez Collado ver currículum »