Mª José Fernández: Una lacra llamada bullying

María José Fernández

2º Premio de Prosa XII Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2021

“Mi dolor puede ser la razón de la risa de alguien, pero
mi risa nunca debe ser la razón del dolor de alguien”.
(Charles Chaplin)

Como de costumbre, se tomaba un vaso de leche con unas galletas en el desayuno, mientras escuchaba paciente a su madre, que, desde el otro lado del salón, le recordaba con insistencia que llegaría tarde a clase si no se daba prisa.

Cogió la mochila y el bocadillo que le había preparado dirigiéndose hacia aquella avenida donde los árboles se entrelazaban en convulsivo abrazo, mostrando su desnuda anatomía. Apenas quedaban unas hojas en el suelo que se dejaban llevar por una ráfaga de viento, jugaba con ellas, elevandolas y dejándolas caer a su antojo ante la indiferencia de algún transeúnte de camino a su trabajo.

Se había adelantado el otoño en aquella ciudad norteña, la mañana había refrescado y, sin duda daría paso a uno de los inviernos más crudos que se había conocido en la región, al menos eso comentaban los más longevos. Mientras aquel viento gélido estremecía su cuerpo, Marina se frotaba las manos, cosa que a su vez, le hizo reaccionar, sacándola de su ensimismamiento.

Hacía poco que se habían mudado a ese lugar donde su madre pudo conseguir un trabajo que les permitiría llevar una vida si no, holgada, sí al menos más segura y apacible. Después de una funesta relación, sus padres se habían divorciado: comenzando así una nueva andadura por separado, una nueva vida, un nuevo hogar, colegio y amigos.

<<Amigos>>, pensaba taciturna, mientras navegaba inmersa en sus pensamientos, al compás de una música que apenas escuchaba. De pronto, un extraño que pasaba por su lado, le saludó sin que ella se percatara. Al comprobar que no se había dado cuenta porque llevaba los auriculares del móvil puesto, levantó su mano a lo que ella respondió con una muesca de asentimiento devolviéndole el saludo.

El colegio no estaba muy lejos de allí, aun así llegó con el tiempo justo antes de que el bedel cerrara la puerta tras ella comentando:<<la próxima vez no esperaré un solo segundo. Lo mismo os digo a vosotros>>, dirigiéndose a un pequeño grupo que estaba al lado de las taquillas donde acababan de dejar algunas de sus pertenencias.

Y recordad que quedan prohibidas toda clase chucherías en las aulas, dicho esto se marchó refunfuñando bajo la mirada burlona de los que allí se encontraban.

Marina era una adolescente no muy agraciada físicamente, no contaba con una complexión atlética o líneas llamativas, sino todo lo contrario. Pero al mismo tiempo tenía ese atractivo que hacía que brillara con luz propia, una dulzura y un carisma que la hacían diferente, además de un carácter extrovertido, una bonita sonrisa y una capacidad innata para los estudios, lo que hizo que pasara menos inadvertida, siendo el blanco de aquel grupo que desde el primer momento se fijó en ella . Sobre todo una de las estudiantes, que no tardaría en acosarla y hacerle la vida imposible.

Con el trascurrir de los días el acoso al que le tenía sometida se fue haciendo más patente, no solo se burlaba de ella, si no que ricularizaba su forma de vestir, imitando sarcásticamente sus movimientos, exagerando cada gesto, arrastrando en su despropósito aquel grupo que no tardó en unírsele por miedo a sus represalias, convirtiéndose desde aquel preciso momento en su líder y voz cantante.

Poco a poco se fue quedando sola y aislada, recluida en aquel lugar donde no se sentía querida y mucho menos segura. Y así fue como una mañana de regreso a su casa le tendieron una emboscada. Al principio todo parecía que se trataba de un juego de adolescentes sin la menor transcendencia, pero no fue así. La líder de aquel grupo y sus seguidores no tardaron en darle alcance, la rodearon sin darle la más mínima oportunidad de defenderse de aquellos insultos subidos de tono, le quitaron la mochila después de ponerle la zancadilla, y perdió el equilibrio cayéndose al suelo.

Impotente y asustada, comenzó a llorar, lo que hizo que aún le proporcionaran más vejaciones, al tiempo que grababan con todo lujo de detalles todo aquel desacato para después colgarlo impunemente en las redes sociales.

Le rayaron los libros, quedándose con aquel bolígrafo que su padre le había regalado por su cumpleaños y al que tenía gran estima.

Pero, no conforme con eso, la retó a un duelo implacable. Como veía que no se levantaba aún se fue encolerizando más, proporcionándole unas cuantas patadas y tirones de pelo. Ella solo trataba de cubrirse con los brazos en un gesto de resignación.

Sucia y dolorida volvió a su casa, mientras aquellos se alejaban mofándose de su hazaña.

Abrió la puerta lentamente, sabía que su madre no llegaría hasta más tarde. Se dirigió al baño y abriendo la ducha se enjabonó, mientras el agua se mezclaba con sus lágrimas y algún que otro moratón.

No pensaba decir nada a su madre, bastantes problemas tenía ya como para que sus preocupaciones aumentasen, y más diciéndole como le dijeron que no abriera el pico o se atuviera a las consecuencias.

Por más que se devanara la cabeza no entendía el motivo por el cual lo habían cogido con ella, cuál era el poder de persuasión de aquella chica para que el grupo la siguiera, para que dejara que le pegaran y humillaran, llevándose parte de sus pertenencias. No entendía absolutamente nada. Todo le daba vueltas y más vueltas, estaba a punto de estallar, decidió irse a la cama sin cenar, sabía que no dormiría, así llevaba un montón de noches. No conciliaba el sueño, y temía ir al colegio, pero en la soledad de su habitación se sentía segura y no tendría que sincerarse con ella, pues sabía de antemano que se llevaría un gran disgusto y que sin duda iría al colegio para poner una reclamación ante la directora.

Al día siguiente se sintió indispuesta, el mismo miedo que le atenazaba por dentro era como un dragón que le rugía en silencio, la impotencia de un fuego que la consumía y no le dejaba vivir. Ellos sabían su punto débil y ella creía que no tenía la más mínima posibilidad de una salida. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, hizo el mismo recorrido para ir al colegio, eso sí, mirando hacia todos los lados por si aquellos desaprensivos, le asaltaban una vez más, aunque lo peor era que estarían esperándola en el colegio, allí sí que no tendría escapatoria, todo volvería a convertirse en aquella pesadilla que no sabía cómo afrontar.

Sin embargo, ese día fue diferente. Alguien tocó su hombro desde atrás, lo que hizo que saltara como un resorte, girándose estrepitosamente, al ver su cara de estupor, la tranquilizó diciéndole:

Siento haberte asustado, me llamo Cynthia, me he incorporado hoy a tu clase y quería saber si podías pasarme algún apunte para ponerme al día. Sí, claro. Por supuesto, balbuceó mientras sacaba de su mochila una carpeta a modo de agenda escolar. Aquí tienes. ¡Gracias¡ nos vemos después de clase y te la devuelvo.

Pero eso no pudo ser, ya que ella salió a toda prisa hacia su casa. El grupo la tenía controlada encargándose de que no se le volviera a acercar y mucho menos entablara amistad con ella.

Con el tiempo su madre pensaba que, quizás, su falta de concentración en los estudios así como su incipiente delgadez se debía al cambio de lugar, tal vez echaba de menos los buenos amigos y vivencias que dejó en su ciudad natal, al divorcio de sus padres o esa época de adolescente por la que estaba pasando. Por eso, no le dio la mayor importancia, aunque tampoco le pasó desapercibidas aquellas ojeras, que su hija difuminaba con maquillaje, tratando de no ser descubierta.
Las dos estamos atravesando una mala racha, pero pasará, todo esto pasará, se repetía una y otra vez. Maldita sea, volveremos a ser felices de nuevo.

Aquella misma tarde con el pretexto de ir al servicio Marina abandonó el colegio, dirigiéndose a toda prisa hacia su casa. Cogiendo papel y bolígrafo se dispuso a escribir unas palabras, ya no sentía el viento del norte azotando sus mejillas, en su mente se arremolinaban los recuerdos, su cuerpo ingrávido voló como aquellas hojas caídas a principios de septiembre, vapuleada y triste, con el corazón roto en mil pedazos y la mirada perdida en el infinito.

Su madre, después del trabajo se detuvo un momento en uno de esos locales de comida para llevar, sin salir del auto hizo el encargo y recogió el paquete. Siguió por la avenida principal, acelerando cuando el semáforo le dio paso, cruzó un par de calles y al volver la esquina pudo comprobar que algunos transeúntes y curiosos se detenían ante su casa detrás de un cordón de seguridad.

Su corazón, de repente se aceleró dando paso al desconcierto. Frenó en seco y, sin aparcar, corrió hacia ellos. Dos coches de policía y las luces de una ambulancia le cortaban el paso deslumbrándole con sus luces. Entonces un policía le dio el alto diciéndole: Lo sentimos pero no se puede pasar.

Con el rostro desencajado le replicó: Es mi casa, por favor, tengo que ver a mi hija. Déjeme pasar. En la puerta, el inspector que contemplaba la escena, con gesto de asentimiento le pidió que se acercara. Su mano sujetaba con firmeza una nota. Pase tiene que leer esto. Una vez dentro, se dejó caer en el sillón. Había reconocido la letra de su hija.

La nota decía así:

Querida mamá:

Cuando leas esta nota todo habrá terminado, sé que te sentirás triste, no comprenderás los motivos que me indujeron a tomar esta decisión. Me he sentido muy sola y, créeme, no encontraba la salida a tanto sufrimiento. Todo este tiempo no he querido preocuparte, tampoco quería implicarte para no empeorar más la situación, bastantes problemas tenías tú ya con el divorcio, el traslado y tu nuevo trabajo, además de ocuparte de mí.

Puede que me tachen de egoísta o de ser valiente por hacer esto, ya me da igual porque nada puede afectarme, ya me liberé de toda esta angustia que minaba mi existencia.

Tampoco entiendo los motivos que llevaron a esas personas a tratarme de esa manera, física y anímicamente, lo siento de veras, ojala esto nunca se vuelva a repetir.

Tienes que ser fuerte y continuar tu sola con tu vida. Perdóname por este daño que te estoy causando, solo piensa que ahora soy feliz.Gracias por haberme dado tanto.

Te quiero mamá.

© Mª José Fernández Maestre
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