Juan Antonio López-Amor: El ideal…

1er Premio Narrativa II Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2011

EL IDEAL…

– PRÓLOGO –

Todo el mundo sostiene, que existimos y vivimos, gracias a los latidos del corazón y a la complejidad del cerebro.

Algunas personas, admiten que sus vidas son dirigidas por la masa gris, y otros, están totalmente convencidos, que quien les guía es el corazón. Además, afirman que para que eso ocurra, todos los seres vivos, formamos parte del entramado que ha creado la humanidad y nos movemos por él, poniendo en marcha, una mezcla de instintos, razones, sentimientos, pensamientos y actos. La gran mayoría llega a afirmar con rotundidad, que somos el resultado de esos actos y que determinan el resultado de nuestras vidas. Pero sobre todas las afirmaciones, la más categórica, es la que proclama, que cuando esos dos órganos, dejen de existir, nosotros haremos lo mismo y desapareceremos de la tierra.

Yo, no estoy de acuerdo.

Y no lo estoy, porque yo no tengo ninguno de esos dos órganos, y a pesar de ello, sigo existiendo. Estoy vivo. Aunque siendo totalmente sincero, debo admitir que desde que me fueron arrebatados, esta vida ya no es la misma y se asemeje mas a la de una marioneta perdida, que busca su verdadera identidad, en un mundo que ahora, le es ajeno.

Llegados hasta aquí, y con toda sinceridad, sin importarme si me creen o no, puedo afirmarles que la gran mayoría de ustedes, están en la misma situación que yo.

No son seres completos. Aunque estén convencidos de lo contrario.

Esa es la ironía y el castigo. Piensen ustedes lo que quieran.

Sin embargo, antes de que consideren que esta soberana estupidez, forma parte de las barbaridades de un pobre lunático, les ruego que se tomen unos minutos y lean atentamente esta increíble historia.

Cuando terminen, estoy seguro que ya no pensarán lo mismo y que comenzarán a dudar de si en realidad, son dueños absolutos de esos dos órganos.

– 1 –

Yo siempre me he interesado por la política. Es una afirmación y una pasión.

Hasta donde alcanzo a recordar, he considerado siempre, que la política, es el arte más noble para crear, construir y evolucionar. Una política hecha para elaborar una estructura social pura y sin fisuras. Una política sin denominación, ni extremos, ni adjetivos. Simplemente, capaz de ser digna en sí misma y transmitir esa dignidad en hechos. Una política, que como dictan sus objetivos; obtenga estrategias públicas, que respondan a las necesidades de la población y que logren la participación ciudadana.

En pocas palabras; respetar a la ciudadanía.

Basándome en esos principios, he intentado incluirlos en mi vida, y aunque nunca me he atrevido a dedicarme a ese noble arte (del mismo modo que jamás, he simpatizado con ningún partido o grupo), lo he seguido, he creído en él y lo he compartido, del modo que he podido, con el mundo que me rodeaba.

Lamentablemente, tengo que reconocer, que la mayoría de las veces, sus resultados no fueron siempre los que esperaba, y las razones, siempre las achacaba al mismo motivo; la juventud y la inexperiencia, mezclada con esas dosis de pasión desbordada e idealista, que me estremecía, convencido de que algún día, llegaría ese momento en que todo cambiase radicalmente.

Respecto a mi vida social, siempre me he considerado una persona amiga de mis amigos, algo que irónicamente, dice todo el mundo, pero que en mi caso, y aunque no todos mis amigos compartían mis mismos ideales políticos, he intentado siempre que esa amistad, alimente a mis amigos de una forma sencilla; tal y como a mí me gustaría que alimentasen la mía.

Así y, mientras llegaba el momento con el que demostrar toda mi valía, llenaba mis días de adolescencia con utopías, quimeras y proyectos.

Pasaron los días. Llegó mi mayoría de edad y con ella aquel acontecimiento que cambiaría mi vida.

– 2 –

Todo comenzó hace dos años, cuando mis dieciocho primaveras recién cumplidas, coincidían con las elecciones generales de mi país.

Como estaba establecido, todas las formaciones políticas comenzaron a extender sus programas por todos los rincones, movilizando ejércitos de vehículos, personal y material que se esparcía, con un orden perfecto y sincronizado.

Tras recorrer casi toda la nación, le llegó el turno a mi ciudad.

Los gobernantes, estaban convencidos, que habían preparado el evento con la mayor precisión y que estaba estudiado hasta el más mínimo detalle, con el fin de que el resultado fuese, la mejor campaña electoral.

El asistente, era el líder del P.P.P.P. (Partido Por y Para el Pueblo)

Admito, que a mí personalmente, me provocó una gran emoción.

Desde mis días adolescentes, había visto a aquel hombre por la televisión y en mis escasas posibilidades, le había seguido hasta el día de hoy, con el apasionado convencimiento, de algo que me inclinaba a sentirme totalmente identificado con él.

Además, era mi primera votación y quería cumplir a rajatabla con mis deberes como ciudadano y no estaba dispuesto a dejar pasar ésta oportunidad para demostrarlo.

Rugía en mí aquella pasión adolescente, rebelde, quimérica y soberana, que me hacía sentir, el más valeroso y el más auténtico de todos los mortales. Como si en mi interior, habitasen miles de certezas, capaces de transformar el mundo.

Y solo tenía que esperar el momento. Y estaba seguro que el momento, era aquel mitin.

– 3 –

Aquella fulgente mañana de abril, me dirigí hacia la plaza donde se iba a realizar el evento. Fui solo. No necesitaba a nadie más.

Cuando entré en la plaza, enmudecí.

El resto de los asistentes, una marabunta de fieles, estaban inmersos en una poderosa y mágica vorágine que, a mis ojos y en aquel momento, les convertía en seres únicos y magníficos.

Habían llegado personas de todos los rincones del país. Eso era algo hermoso. Así lo sentía. Cada segundo se convertía en una experiencia. Cada experiencia en evolución. Disfrutaba al máximo. Sin tregua.

Estaba nervioso, excitado. Logre un asiento bastante privilegiado. Cerca del escenario. A unos cinco metros más o menos. A mi lado había un hombre de mediana edad que me dio la bienvenida. Me dio unas palmaditas en la espalda, que lograron tranquilizarme.

La plaza vibraba. La multitud, enfervorizaba, formaba un bastión popular, vivo, palpitante y lleno de ideales. Respiré profundamente. Nerviosamente feliz. Pleno.

Segundos después, por megafonía, se oyó una voz masculina, penetrante y dinámica a la vez, que saludaba a los asistentes y que anunciaba con un perfecto protocolo, a quien todos estábamos esperando.

Tras los últimos acordes espectaculares, apareció él. El líder.

El gentío se desbordó. Su pasión me arrolló.

Me levanté presa de un incontrolable ataque de felicidad. Allí estaba él, solemne, amigable, pacificador y coherente.

Saludaba a todos con su característico gesto, moviendo las dos manos de un lado a otro y con su evocadora y penetrante sonrisa.

Yo no podía expresar palabras, solo gritos, vítores y movimientos convulsivos que me convertían en un ser descontrolado y lleno de entusiasmo.

La muchedumbre continuó con la explosión, hasta que, poco a poco y con su habitual dominio, el líder, amainó a la avalancha.

Se hizo el silencio. Todo el mundo esperaba escuchar las palabras de aquel admirado dirigente. Justo en el momento en que comenzó su mitin, me sentí el miembro más importante de aquella plaza.

No podía imaginar, que aquel mitin, fue el inicio de mi viaje a los infiernos.

– 4 –

Durante las siguientes dos horas, desaparecí de la realidad.

El mundo tal y como yo lo conocía se difuminó. Desapareció. Se quebró.

Todo era nuevo, vital.

Me sentí invadido por una sensación de conjunto, de poder. Me vi dentro de un todo que aunque no podía llegar a comprender, lentamente, me iba poseyendo, embriagando, ordenando. Sentí que todas mis aspiraciones adolescentes, estallaban y se fundían con aquel momento. Cada una de las palabras de aquel hombre, ardían en mí, creando una especie de energía, que se alimentaba al mismo tiempo, de todos los asistentes. Me sentí colmado, feliz, capaz y excelente. Tanto, que todo cuanto sucedía en aquella plaza, no me era extraño. Lo reconocía. Lo recordaba. Como si cada instante, estuviese escrito en mi memoria y ahora, se manifestara totalmente en mí.

El júbilo fue creciendo.

El hombre de mi derecha, se abrazó a mí con fervorosa pasión. No hizo falta más. Le devolví el abrazo.

Las manifestaciones de admiración, se convertían en expresiones de placer. Las gentes vibraban a cada palabra del líder. Temblaban. Gritaban. Gozaban como un perfecto grupo, unido y enseñado para ello.

Yo, lentamente, iba sintiendo los efectos de aquella danza. Quedé absorto. Perplejo y embriagado. Pasé de la nada a la acumulación de una fuerza que pugnaba por unirse a la vorágine. Me sentí arrastrado. Dominado. Controlado y útil, soberanamente útil.

En ese momento, mientras el líder, alcanzaba mágicas cotas de magnificencia, por todas las localidades de la plaza, iban pasando representantes del partido, con una caja de plata en las manos y una especie de extractor, atado a la espalda.

Ebrio de gozo y zarandeado por la muchedumbre, observé atentamente. Lo que iba a suceder, era la culminación de la máxima fidelidad entre el hombre y una idea. La manifestación de devoción, sumisión y obediencia, que en aquel momento, me pareció la más hermosa de cuantas había visto hasta ahora, en mi corta vida.

A medida que los portadores de las cajas plateadas, llegaban hasta los asistentes, estos, en un acto de amor puro y confianza ciega, se abrían el pecho, se arrancaban el corazón y lo depositaban en la caja. Después, apoyaban una de sus orejas en la boca del extractor. Se oía una aspiración y temblaban. Al instante, invadidos por una radiante beatitud, complacidos y dichosos, caían en un estado de letargo.

Cuando llegaron hasta mi acompañante, me miró sonriente. Sus ojos parecían estallar de placer. Se abrió el pecho y completó el ritual.

Después me tocó a mí. No dudé ni un segundo, me arranqué el corazón y lo metí en la caja. Después, sentí como toda mi cabeza se vaciaba por mi oreja. Al instante me sentí nacer. Nuevamente creado, y como el resto, también quedé prendado de ese aturdido encanto.

Cerré los ojos y soñé.

– 5 –

Cuando desperté, me encontraba en la calle. Solo.

Una calle que no reconocía. Me sentí extrañamente ausente. Miré mis manos, mi cuerpo. Palpé mi rostro y sentí miedo, un miedo atroz. No me reconocía.

Intenté recordar, pero todo era oscuridad. Nada y vacío.

Me movía torpemente. Los pasos parecían los de un muñeco roto, sin control e incapaz de coordinar sus movimientos. Me detuve. Me apoyé contra la pared y respiré profundamente. Sentí el dolor de la ausencia, recorrer todas mis entrañas. El aire penetraba en mí, pero se perdía, se desparramaba por mi interior, intentando encontrar alguna salida, hasta que de nuevo volvía a mis labios y se liberaba. Cada respiración se convirtió en un castigo, pero, algo me decía que siguiese haciéndolo, que no me detuviese. Que siguiese respirando.

Quería pensar, pero solo podía repetirme la misma palabra una y otra vez, rebotando por el interior de mi cabeza, y como el aire, queriendo liberarse de aquella prisión.

Intenté organizar mis pensamientos, pero no conseguí nada.

Quise buscar mi casa, pero no la encontré.

Caminé sin dirección y me perdí por el mundo. Creo que lloré como un niño y temblé ante la oscuridad de la noche. Busqué mi identidad por todos los rincones. Intenté reconocerme en algún lugar. Saber quién era y qué me faltaba para volver a ser. O al menos, para intentar volver a ser. Pero no logré nada. Solo me invadía, la ausencia de mi mismo y mi propio vacío.

– 6 –

De repente, sentí en la nuca, esa sensación de estar siendo observado. Me di la vuelta y descubrí de quien se trababa.

Allí, agazapado entre unas rocas, había un hombre que me miraba fijamente. De inmediato, salió de su refugio y camino hacia mí. Nos miramos. Silencio. Intentando encontrar… nos. Mirábamos cada detalle, cada pliegue, cada grieta, cada pelo, cada…

Sin mediar palabra, me abrazó.

Entonces recordé.

Era aquel hombre que encontré en una plaza llena de gente.

Era aquel hombre que aplaudió las palabras de alguien que se expresaba subido en un escenario.

Era aquel hombre que se abrió el pecho y se sacó el corazón y dejó su cabeza vacía.

Era aquel hombre. Aquel seguidor. Aquel desconocido.

Sin separarse de mí, me dijo al oído, que cuando salió de aquella plaza, intentó encontrar el reflejo de aquel acontecimiento, pero no lo halló. Me dijo, que buscó el reflejo de aquella devoción en los olvidados y desheredados, pero no la encontró.

Me dijo que intentó entender por qué no sucedía, pero no encontraba su mente. Me dijo que intentó sentir dolor, amor, perdón, pero no encontró su corazón. Me dijo que entonces descubrió la auténtica soledad del mundo.

De pronto, se separó de mí y ausente, comenzó a alejarse con pasos torpes e infantiles. Se detenía ante una roca. La olía. Negaba con la cabeza. Escuchaba al viento.

Se buscaba.

Se buscaba.

Se buscaba.

Sentí escalofríos. Miré por todas partes. Las calles seguían vacías, como si nadie se acordase ya de pasearlas. Todo estaba ausente de sí mismo.

Las plantas morían. Los animales. Los días. Las personas.

Y seguí caminando, sin rumbo, desterrado de mi mismo.

De vez en cuando recordaba vagamente, que alguna vez confié en un ideal. Que lo seguí y lo amé hasta depositar en el, un apasionado corazón y todo el entendimiento de una mente. Recordaba que muchos seres hicieron lo mismo y que después, lanzados al mundo, esperaron y esperaron y esperaron…

Y así continúo. Intentando encontrar. Intentando encontrarme.

Porque aunque sé que es una tarea difícil, algo me dice que muchos otros no son capaces de hacerlo, porque aún a pesar de estar sometidos, se creen libres, y viven sus vidas dentro del círculo o del cuadrado o del triángulo.

No importa la formula. No se buscan, porque creen que viven y creen que son completos. Pero, pobres incautos que no se han desnudado de verdad.

– 7 –

Mientras tanto, yo sigo buscando. Sé que alguna vez lograré hallarme, crearme y construirme de nuevo.

Sé que alguna vez volveré a creer en nuevos cimientos, nuevos ideales y nuevas promesas, pero esta vez, ajenos a este mundo, lejos de la condición de la raza y sobre todo, lejos de cualquiera que pretenda, del modo que sea, absorber, manipular, controlar y destruir, la soberana y libre identidad, de cualquier ser humano.

© Juan Antonio López-Amor