José Antonio Olmedo López-Amor: Si callar es amar

2º Premio de Poesía XII Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2021

«Canto a tus manos suaves de lejía».
Ángela Figuera
«Alas! This is not what I throught life was».
Percy B. Shelley
«Tu sei come una terra
Che nessuno ha mai ditto».
Cesare Pavese

Si decir es amar, un poco, el miedo
a dejar de vivir sin haber dicho
cuanto desborda y muerde, cuanto hiere y deflagra
en esta galería que en el pecho es
templo; hoy diré y me dejaré decir.
Me dirán los sarmientos y las piedras,
las aguas y los árboles, y su inaudible voz
acercará estas vísceras gastadas
a belleza no vista e inescindible.

¡Quién fuese vid para saber su lengua!
Para entregar sin pactos, ya en la vida madura,
la luz que aguarda oculta entre las sombras.

La flor es mucho más que cuatro signos.
Su perfume ya inspira a crear otras lenguas.
¡Cómo decir el viento en rumorosa danza!
Nada hay más noble que guardar silencio
al descubrir verdades que así nos sobrepasan.

Si decir es amar, tal vez no sea
provechoso el amor que no se exclama;
malnombrar es entonces un delito menor
en nuestras manos, ya no un vicio, sed
de quien medra y se enrosca en la expresión
pues intuye que así su vida crece
aunque pueda costarle
la propia vida.

No debemos dar nombre a cuanto fulge,
crece y vibra en amor a cuanto puede
y seguirá haciéndolo aunque muramos.
Nombrar, huella su mancha en lo inefable
y en nosotros; sacrílego al silencio,
su dictado ceniza espolvorea
una afanosa herida contagiosa;
pero te nombro, y sé que cuando lo hago
invoco a tantas bestias, tantos monstruos
como palabras viven por nombrarlos;
pero a nada doblego, nada venzo al
cantar esta intuitiva
oda inasible.

Si callar es amar, ama el espacio,
pues contiene en sí mismo a aquello que lo juzga,
es sillar y tapiz, luz cercada por sombras
que es espera, lugar y también, tiempo.

Calla el lodo, la flor, el agua, el viento;
unen todos su voz, pero en mutismo.
El lenguaje de Dios no es el silencio,
Él exclama y se duele a través de ellos
con saberes del bosque, afligidas retóricas.

Son la mirada, el gesto, la forma de yacer,
una bibliografía del silencio.
Con la mudez del árbol se demuestra
que toda vida actúa, comunica,
forma parte de un todo y persevera
en sí y en los demás.

Si callar es amar puede entenderse
el silencio de Dios y de las cosas
que por nosotros son y nada esperan.
Puede entenderse el sí de cuanto calla
y nos procura el bien; el sigilo del que ama;
la reserva de aquel que sufre tanto.

La palabra es tormenta del silencioso reino,
es la aclamada forma, tan temida,
de sonar lo insonoro de la mente,
de extraer el dictado que quizás deja en nosotros
el más alto misterio, signo vivo.

En la palabra forja la mentira
nuestra mente, corrompe su simiente,
no es posible parar este destino.
Buscar la lengua prima es necesario,
no cede su lenguaje a esa extorsión.

La mentira no cesa de buscar sus palabras
espejo, la palabra interior busca
la reflexión, la acción
necesitada hacia lo cierto.

La verdad silenciosa
a quien sabe escuchar se le derrama,
no conoce otro medio que preserve su pulpa
de la mancha que vive en cuanto mira.

Si callar es amar, duele el hablante
afligido en la turba de su verbo,
en su dolor expía su forma de nombrar
y su conciencia.
La verdad silenciosa no detiene su marcha,
nos regala su ciencia, es constante en el mundo,
su latido se escucha a poco que callemos
y admiremos la hondura de su cúpula.

Sigue el agua cristalizando en nieve
por el frío; la voz del no nacido
mascullando palabras en el vientre;
dictando sus solemnes himnos
el árbol y la flor.
Mientras los peces sueñan reinos ultramarinos
y en un jardín de flores la vida se desborda
se besan en silencio dos niños sordomudos.

© Heberto de Sysmo
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