
2º Premio de Poesía X Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2019
OTRO SOL, OTRO CIELO
Nos hemos acostumbrado a vivir entre exabruptos,
entre ruinas sin conciencia, bajo estrellas que no brillan
y en cuerpos de piel cansada y que no hemos elegido.
Se van borrando las sendas que llevan a la ilusión
y acampamos a la orilla del olvido. Recortamos
las briznas de la tormenta y las pegamos en álbumes
con tapas plastificadas junto a las fotografías
en blanco y negro que esconden madrugadas transmutadas
en noches de tinta y radio.
No dejan que nos perdamos en los sueños de los pájaros.
Ni en el aleteo esquivo de los ángeles del viento
que se recuesta en los quicios de los números impares
de las calles de la lluvia. Las estrellas picotean
en las palmas del insomnio y escupen destellos vítreos
que se posan sobre el vino escanciado en el dolor.
Sogas de humo escalan torres y nostalgias despeinadas.
y las farolas ahuyentan el rastro que el miedo grita
contra muros del locura.
La vida no tiene prisa y se sienta a contemplar
como la nieve se tiñe de ausencias y telarañas
y el tiempo transita ajeno a nuestros ojos en vilo,
apaciguados sus pasos por alfombras de rutina,
mientras nosotros seguimos con los ecos entornados
y los silencios tendidos y se agrandan las rendijas
por donde se cuela el frío que taladra nuestros huesos.
¿Qué quedará del otoño cuando sus astillas ardan
en la pira del invierno?
Nos duelen las cicatrices que dejan en los espejos
los escorzos de los años. Buscamos manos que brinden
refugio a nuestro pesar, bocas que ofrezcan respuestas
a nuestras dudas, razones para levantar andamios
y deshojar amapolas. Mas nadie llena los surcos
que quedan después del llanto ni se esfuerza en entender
nuestros retos y paisajes. Nadie limpia la zozobra
abrazada a las laderas resignadas del desprecio.
Ni nadie arría los odios.
Añoramos el ayer pintado de purpurina
arrumbado tras la curva regada del arco iris
y acudimos en tropel a trasegar el veneno
que rezuman las cloacas. Desahuciamos lo imposible
e impetramos el aplauso, aunque se sepa fingido
y proceda de los necios. Nos crecen en los costados
escollos y acantilados y por nuestras calaveras
de escayola se desbordan escorpiones que escriben
en nuestra fugaz memoria.
Los almendros se emborrachan con la escarcha de la luna
y por sus ramas desnudas saltan cuentas de mercurio
y amarguras desgranadas. Podamos el halo inerte
de las nubes que se envuelven en pañuelos de estameña.
y apagamos las miradas para no ver el desierto
que se extiende ante nosotros. Enterrado en sus arenas,
un torrente de palmeras aguarda pacientemente
resucitar de un letargo de columnas condenadas
a sostener las penumbras.
Nuestra verdad acosada por rejas se mimetiza
con los pasos revocados con aromas a mentira.
Junto a los cañaverales, los caimanes se despojan
de su escafandra y devoran los adoquines que huyen
de la vida y se derraman cuesta abajo hacia la muerte.
Desclavamos extravíos, franqueamos emociones
y nos dejamos caer en la tentación de ser
ceniza hambrienta de fuego bullicioso y chimeneas
de labios sin compromiso.
Las ciudades han perdido su equipaje de esperanzas.
Ya no circulan palabras entre ventana y ventana.
Nuestros sentidos vacíos buscan trajes a medida
y tierra donde clavar las raíces de sus dientes.
Nos encierran en armarios con promesas impostadas
y ocasos descoloridos y arrojan después las llaves
al poso de la desidia. Nos muestran solo paisajes
manchados de roña y bruma y andenes abandonados
donde no paran los trenes.
Nos vamos quedando solos en medio de marchitadas
anatomías y musgos secos comprados a plazos.
Desandamos los deseos, regresamos a los puertos
de donde zarpó la nave que nos llevó por océanos
de cascotes y lamentos hasta la edad alojada
en los harapos del alba y corremos las cortinas
de los nombres sin infancia para que la luz no escape
de nuestras almas lacradas y las sombras permanezcan
dentro de los hormigueros.
Nos llenamos de trincheras y alambradas frente al mar
que nos acusa de abrir distancias entre la playa
y las olas amarradas al horizonte remoto.
Allí, se pudren los pétalos arrancados al susurro
de la espuma a las gaviotas y se guarece el sol hueco
de latidos y reflejos. Allí, se nos abren puertas
a las que nunca llamamos y se cierran laberintos
que siempre estuvieron francos. Detrás de nuestras tinieblas,
hay otro sol y otro cielo esperando relumbrar.