3er Premio de Prosa X Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2019
EL ENIGMA DE LA NOVIA
En Valencia y en el cruce de la Gran Vía Fernando el Católico, con la calle Ángel Guimerá, hay construida una amplia escalera que desciende hacia la estación del metro, el cual como gusano circula veloz bajo el suelo de Valencia. Junto a la escalera hay varios macetones grandes con esbeltos laureles, parecen vigilantes escuchando la música del saxofonista que allí se pone, e interpreta bellas melodías, especialmente temas de películas que dan a los transeúntes sentimientos alegres y románticos en el camino de la rutina diaria.
Las melodías llenan de gozo el aire estridente producido por los vehículos que circulan rápidos y próximos.
Fue en una semana del mes de septiembre del cálido verano valenciano, cuando en este lugar se vio por primera vez a una extraña y enigmática mujer. Los vecinos y transeúntes la miraban llenos de asombro, pues vestía un traje de novia, blanco y sutil: sedas con bordados que envolvían a la mujer. En las manos llevaba guantes blancos y sujetaba un ramo de flores artificiales. El maquillaje que cubría su cara era blanco, parecido al de las japonesas, y una peluca larga y rubia de rizo pequeño ocultaba su verdadero cabello. Una corona de flores sujetaba un velo que le caía por la espalda. Los labios intensamente pintados de rojo y la mirada ausente.
Llevaba un catre pequeño, silla extensible para sentarse. El sol era asfixiante y escogió la esquina que tenía sombra, para estar pidiendo limosna. Desde allí se escuchaba perfectamente la música del saxofón del músico que estaba entre macetones de laurel cerca de la escalera del metro.
Laura, mi nieta, tiene 5 años… cuando salió del colegio y vio por primera vez a la decorativa y seria mujer vestida de novia, la niña quedó encantada. Muchos días pasábamos cerca para verla y le echábamos unos céntimos en el platillo que tenía cerca de los pies, nos sonreía y meneaba la mano saludando como hacen las princesas.
-¿Cómo te llamas?- Preguntaba Laura -¿Por qué vas vestida de novia?
La novia sonreía, nos miraba y no decía nada.
Yo imaginaba detrás de la máscara blanca y silenciosa de la mujer, el drama o problema de su vida.
-Laura ¡No preguntes tanto!- le decía. -Está cansada, lleva muchas horas sentada. Vámonos, se hace tarde.
Los días que tiene clase Laura come conmigo, en mi casa. Después la llevo al colegio y cuando termina el horario de tarde del colegio, sus padres la recogen y se van juntos a su propia casa.
Según la hora del día, “la novia” estaba en la parte este u oeste de la Gran Vía, lo hacía donde daba sombra, a veces sentada bajo un naranjo. Muchas veces pasaba cerca de “la novia” porque era mi camino obligado por ser la zona donde vivo.“La novia” siempre tenía algún espectador.
En noviembre, la mujer había añadido a su conjunto de novia una bufanda blanca que envolvía en el cuello y cierto tiempo después se puso una toquilla de lana blanca para abrigarse la espalda. Ahora buscaba para sentarse la parte donde daba el sol.
Una tarde yo pasaba cerca de ella, estaba sola, me paré y le puse una moneda en el platillo y de pronto me dirigió la palabra, me extrañó mucho.
-Veo que no lleva a la pequeña.- Me habló con voz suave y educada. -Viene el frío, pronto me iré.
-¿Pero, regresará más adelante?- Le pregunté. -Como estamos solas si quiere me cuenta su historia, creo que le haría bien.
-Sí, lo haré cuando regrese otra vez a Valencia; creo que entonces será el momento para contarle mi historia.
-Espero verla pronto y hablaremos, cuídese mucho. Hasta pronto, adiós.
Seguí mi camino envuelta en las melodías del saxofón. Y al pasar cerca del músico, le dije como otras veces, que interpretaba muy bien las melodías.
Pasó el tiempo… llegó la Navidad, la fiesta de la esperanza y de la familia. Los colegios tienen vacaciones hasta después de los Reyes Magos. El 6 de enero empezaban las clases y recogí a Laura. La niña quería ver a “la Novia”, pero no la encontramos, se había marchado como me dijo que haría.
-¿Abueli, dónde está “la Novia”? ¿Por qué se ha ido?.
-No sé dónde está, pero ella me dijo que volvería, hace frío para estar en la calle.
-Tampoco oigo música. ¿También se ha ido el músico?
-Laura no sé nada de él, pero era extranjero, a lo mejor se ha ido a su país.
Mi nieta no quedó muy convencida de la explicación, ni yo tampoco.
La vida seguía… El tiempo se llevó el frío invierno.
En el mes de marzo las tardes son más largas y luminosas. Valencia se viste de fiestas cuando llegan las fallas de San José, la ciudad entera y sus gentes ofrecen su espíritu artista con las bandas de música: los fuegos artificiales, las mascletás de pólvora, las fallas monumentales llenas de gracia e ingenio, las bellas mujeres engalanadas con los trajes regionales de rica seda, y la estupenda gastronomía valenciana. Los colegios tienen fiesta, durante esos días.
En primavera los naranjos de Valencia florecen con azahares blancos y parecen como vestidos de novia.
De nuevo en la Gran Vía se oía la música del saxofonista conocido, interpretaba la melodía de “Desayuno con diamantes”, la exquisita música me hizo recordar a “la Novia”, junto a mí había algunos oyentes atentos a la música.
-Cuanto tiempo ha estado usted fuera -le dije al músico, como saludo- el frío no es bueno para estar en la calle, la primavera es otra cosa.¡Da gusto vivir!
– ¡Sí, da gusto vivir! Pero no siempre es así,-me respondió una mujer que estaba cerca de mí.-lo sé por experiencia. ¿No me reconoce?
La miré detenidamente, no la reconocía, sólo sus ojos y también su voz me parecían recordar a alguien, pero no la identificaba con un rostro.
-Creo que nos conocemos, pero no se dónde. No recuerdo bien.
-¡Soy “la novia”! Así me llamaba su pequeña nieta Laura, mejor dicho, fui “la novia”, ahora soy una mujer casada.
-¡Que alegría verla de nuevo!-Exclamé alegre- Supongo recuerda lo que me dijo sobre contarme su historia, que lo haría cuando nos viésemos otra vez.
-Lo recuerdo, por eso he venido para hablar con usted.
Las dos mujeres, amigablemente fueron caminando hacia un banco de La Gran Vía y se sentaron en él.
-Si no me habla no la hubiese reconocido,-le comenté con alegría- hoy parece otra persona y no es por la ropa o el maquillaje, lo digo por la expresión de sus ojos, está cambiada por dentro y lo refleja su sonrisa. ¡Es feliz! Tenía su promesa de contarme su historia.
-Antes no podía contarla porque estaba viviéndola con dolor y soledad, ahora es distinto…
-Mi historia empezó cuando era niña. Raúl era mi vecino, y éramos amigos desde los juegos infantiles, también fuimos al mismo colegio, después al mismo instituto y sin saber como nos enamoramos. Él estudio derecho y yo historia del arte. Durante años deseamos casarnos y vivir juntos… Llegó el momento anhelado, todo nos iba bien. Las familias de los dos compartían nuestra alegría.
Teníamos un pequeño piso que amueblamos con gusto y entusiasmo. Mi ilusión era, como la de tantas mujeres, vestirme el día de mi boda con un traje blanco, elegante y clásico, para la ceremonia nupcial. Una modista conocida fue la encargada de la confección de mi vestido de novia. Unos días antes del día señalado para la celebración del enlace, me avisó la modista que ya estaba terminado mi precioso vestido, pero que ella no podía llevarlo a mi casa, pues estaba enferma la persona encargada de hacerlo, que por favor lo recogiese yo misma; que el vestido estaba perfectamente guardado en una gran caja de cartón.
Hablé con Raúl, y aunque estaba ocupado con asuntos profesionales le convencí para que lo recogiese él mismo y me lo llevase a casa. en su coche, que él no debía ver el traje, como es tradición hasta el día de la boda, pero como estaba embalado en una gran caja de cartón no lo vería. Me llevó con su coche a casa de la modista, se quedó esperándome en la calle y una aprendiza de la modista me ayudó a bajar y meter en el coche la gran caja con el traje de novia.
Circulábamos camino de mi casa cuando de pronto un coche se cruzó con el coche de Raúl, el impacto fue tremendo…y perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en el hospital, lo primero que hice fue preguntar por Raúl y todo eran evasivas, yo tenía un brazo roto y los hematomas del cuerpo me dolían mucho. Me dieron calmantes varios días que me adormecían, preguntaba por Raúl y al fin me hablaron de su muerte… lo desnucó el golpe que le dio el otro coche; que no había sufrido porque la muerte fue inmediata.
Los dolores de mi cuerpo no eran nada comparados a los remordimientos que sentía por la muerte de Raúl, me creía culpable de su muerte, por llevarme en su coche a recoger el traje de novia. El entierro había sido cuando yo aún estaba postrada y dormida bajo los efectos de las medicinas, no pude ni verlo muerto.
Pasaron los días. Tenía más tristeza y depresión: no comía, ni dormía, incluso intenté suicidarme cuando encontré, en el armario del pasillo, la caja de cartón que llevaba mi deseado vestido de novia blanco y precioso, estaba perfecto, sólo la caja estaba un poco aplastada por el accidente del coche. Desesperada oculté mi cara entre el raso, bordados y puntillas de mi hoy triste traje de novia que empapé con mis abundantes lágrimas. Mi desesperación fue tanta que hasta renegué de Dios y le pregunté el porqué de esta muerte inútil, que yo quería irme, morir con Raúl.
Con este dolor intenso y destructivo me tomé todas las pastillas calmantes del frasco, no quería saber nada y me eché en la cama deseando morir.
No sé el tiempo que pasó. Cuando mi madre llegó a casa y vio en el suelo mi traje de novia pisoteado y destrozado, se asustó y gritando mi nombre fue a buscarme a mi habitación y me vio inconsciente en la cama con el frasco de pastillas vacío, en la mano.
Mi madre me abrazaba y decía mi nombre a gritos, “Eva, Eva despierta, hija mía…¿Qué has hecho? Dios mío, Eva regresa”. Yo no reaccionaba, mi madre llamó al servicio médico de urgencias. Me llevaron al hospital y me hicieron un lavado de estómago para que expulsara las pastillas que me había tomado. Cuando salí del hospital, me planteé la necesidad de marcharme a dónde nadie me conociese, como un acto de penitencia y me oculté detrás de un vestido y de un maquillaje.
-Que historia más triste la suya, pobre Eva ahora se su nombre, comprendo su dolor de entonces, no es culpable de la muerte de su novio, son cosas de la vida y el destino.
El tiempo mitiga las penas y me alegro verla bien, su cara está llena de vida, algo ha cambiado dentro de usted.
– Sí, es cierto, algo ha cambiado dentro de mí; fue de forma sencilla, escuché la música del saxofón, y esa música maravillosa y el músico que la interpreta lo han hecho posible.
Cuando yo estaba en la esquina pidiendo, oía desde allí la música, me decía tantas cosas que las palabras no pueden decir… hasta serenar mi espíritu.
Al llegar la hora de marcharme plegaba el catre, estaba cansada por estar tanto tiempo inmovilizada. Pasaba cerca del músico y hablábamos, él también tenía sus problemas y hoy es un hombre libre, relativamente, nos hemos casado y lo he hecho con mi traje de novia -arreglado- el que me esperaba desde la muerte de Raúl y sé que el espíritu de Raúl está en paz… me quería y me quiere. Desde la distancia de lo imposible desea que sea feliz. El saxofonista es honrado y un buen hombre que me quiere, quizá un día él le cuente su historia.
-Me alegro mucho que sean felices,-le dije con cariño- se lo contaré a mi nieta Laura.
Nos despedimos con un abrazo emocionado con amistad sincera, y yo sabía que era para siempre.
La vida sigue…