Luis Auñón: Éxodo

Primer Premio de Poesía en el IX Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2018:

ÉXODO

Vuelvo a la memoria de entonces,
al tiempo de endrinas y manzanas,
a la quietud limpia y feliz de aquellos años
cuando corría por campos de espigas amarillas
bajo el cielo plagado de pájaros azules.

* * * * *

Retrocede el cangrejo de la historia
a los espinos y zarzales
que arañan la música de antaño.
El fuego se alza en los maizales secos.
Y los pájaros van a morir al silencio
de otras lluvias que arrasaron
el cesto del olvido y la distancia.

* * * * *

La lluvia derrama soledad a chorros
sobre el horizonte del pasado herido.
Soplan vientos amarillos
en la quietud de otros otoños
repletos de pámpanos y uvas.
Brilla la tierra ocre en los oteros
bajo la atmósfera de octubre.
Y en el recuerdo, crece el silencio
del tiempo y el sendero que corrimos
sobre el blanco silente de las calles
invadidas por la nieve.

* * * * *

Vamos hacia otros caminos.
Tomamos otros trenes.
Cruzamos campos de nogales,
tierras bajas de brezos y de encinas
junto al río que se desliza entre los cañaverales.
En la lejanía, el sol incendia la llanura
y el arado atraviesa con su lanza
el lomo herido de la tierra.

* * * * *

En aquel tiempo, aún cantaban
las alondras en el silencio de los campos.
El camino dilataba distancias de otras tierras.
Pero ya nada de aquello queda
a no ser este refugio donde la vida,
difuminada entre la niebla y el olvido,
se esconde tras la mies
herida por la guadaña del segador.
Hoy, vuelvo a alzar la voz de entonces
sin que sepa dar respuesta a la nostalgia
ni al vacío que dejaron.

* * * * *

Todo aquello que durante tanto tiempo
mimó el bullicio de los campos
se cernió en silencio de ultratumba.
Y no quedó otra arma
que volver a la musa del recuerdo.
Pero que lejos queda el tiempo
en que bebían el néctar de las viñas
y chupaban la savia de la tierra.

El tiempo en que morían
en la misma cuna que los vio nacer.
Bebían de las mismas fuentes.
Corrían por los mismos prados
sin tener que marcharse,
como si les hubiesen puesto alas,
a morir sin raíces ni esperanza,
extranjeros en un lugar lejano.

* * * * *

Habían sentido antaño
el calorcillo de la lumbre,
la vida pendida de árboles floridos,
la tierra generosa recompensando su trabajo
y los graneros del corazón repletos de esperanza.
Pero las malas hierbas se apoderaron de las calles
y las arañas tejieron una espesa red
alrededor de sus corazones viejos y cansados.

* * * * *

La luz se cuela por todos los resquicios
de ventanales y tejados derruidos.
La lluvia y la nieve del invierno,
con claridad viscosa y envolvente,
se ciñe a los esquinazos de las casas
como la muerte a los cipreses del cementerio.
Y la hiedra se enreda a las paredes derruidas
y se cuela en las habitaciones rotas.

* * * * *

Sólo queda el recuerdo amargo de las huellas
en el camino polvoriento
y el rumor apagado de unas manos temblorosas
removiendo el rescoldo de las brasas.
Recordar los besos que dejaron en los labios,
las semillas que germinaron en el vientre joven.
Recordar a los que son barro de entonces
y los que un día desaparecieron en la lejanía
para no volver.
Unos y otros forman parte del pasado.
Sólo el agua soñolienta del molino
insiste todavía con su canto
en los bocines rotos del viejo corazón.
Sólo quedan los frutos del olvido.
Y el tiempo que huye en desbandada
tras el agrio pasado del recuerdo.

* * * * *

Por los caminos del recuerdo
avanzan las carretas cargadas de añoranza.
La tímida luz de la mañana alumbra
el camino del ayer y del olvido,
y el recuerdo trae un alud de dudas
que arrastran a las guirnaldas de los labios
los besos adolescentes que se saborean
en la lentitud de las horas
en las que todavía duermen
los sueños perdidos de la infancia.

© Luis Auñón Muelas ver currículum »