Ana Fernández de Córdova: La Pared que Mira

3er Premio de Prosa XII Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2021

Como en años anteriores, en el mes de agosto, siempre voy con mis hijos y nietos al pequeño pueblo llamado La Cañada: en él está situada la vieja y destartalada casa familiar, que desde el fondo del tiempo seguía envuelta en un halo de sombras y recuerdos, agazapados en la monotonía del día a día.

No obstante este año las circunstancias han sido diferentes.

Desde Valencia, llegamos a La Cañada confiados y cansados. Al entrar en la vieja casa nos llevamos una sorpresa desagradable al ver un maremágnum de objetos antiguos y modernos, también ropa, esparcidos por el suelo de la vivienda; los ladrones habían desvalijado armarios y cajones, llevándose lo que les pareció bien y fácil de vender en mercadillos callejeros.

También robaron dos fotografías antiguas; una representaba a la abuela y la otra al abuelo, colocadas en una estantería de madera y al faltar las dos fotos quedaba vacío el espacio que ocuparon las fotos, parecía como si fuesen dos ojos vacíos que mirasen.

Me esforcé en respirar, sentía la sensación de que mi vida presente había sido invadida por el miedo y por los fantasmas antiguos. La lógica a veces te deja sin respuestas para compartir los secretos desterrados en la mente, lo desconocido es un desafío incontrolado.

Después de recorrer la fría, sucia y destartalada casa, fui como buscando el último reducto de la vida de antaño entre las paredes del silencio; tal vez allí podría encontrar la memoria o el olvido…Me perdía en mi perímetro distante.

Asumido el disgusto, motivado por el robo, nos pusimos a trabajar, primero recogimos trastos, ordenamos las cosas esparcidas por el suelo, limpiamos el polvo y aseamos toda la casa, la dejamos limpia y ordenada, lista para vivir, así comenzamos las vacaciones este año, pero a mí me arrastraba una bruma de noche e insomnio que me llevaba mi ser, a aún no ser, y a un mirar, sin ver, o a un ver sin mirar, como si hubiese perdido mi intensidad.

Las sombras del pasado tal vez eran; ¿realidad o ficción? Se dibujaban como un mundo paralelo con insomnio nocturno que susurraba el peligro infinito de las sombras. El la nebulosa noche de mi mundo…me perdía, quizá influyó, más que el robo de los de los objetos influía en mí, la leyenda de la casa y sus fantasmas.

“La cañada” está situada en la provincia de Alicante: Es un pueblo tranquilo, las horas pasan lentas, pero con vida: Todos los vecinos se conocen.

En el amanecer, el aire se refugia, con claridad en el cielo celeste. La mañana expande un exquisito aroma: de hierba, fresas silvestres, romero y tomillo. Pinos y Adelfas, de distintos colores, alegran y embellecen el paisaje. Durante las horas de sol, el calor es fuerte y sofocante, las calles están desiertas; pero al atardecer los vecinos salen de sus casas; forman pequeñas tertulias próximas a las puertas de sus viviendas; otros vecinos pasean, disfrutan del paisaje y del aire, que empieza a refrescar.

Mis hijos y mis dos nietos aprovechan, bien las vacaciones, con libertad en el espacio abierto del hermoso valle de Benejama, -Alicante- en él hay pueblos entrañables y hermosos paisajes. Mi familia realiza excursiones hacia pueblos próximos a Cañada. Mis dos nietas, las mayores se han quedado en Valencia. Los baños en la piscina y los juegos de cartas, parchís, dominó y ajedrez son un gran entretenimiento, también la lectura y la música para romper la monotonía estival.

Por la noche, el insomnio entra en mi casa con su quimera de inquietud…Me llama, me domina y voy reconstruyéndome desde los pasos lejanos con los susurros de viento nocturno, rodeada de sombras presentes.

En el silencio de la noche: Leo y escribo sobre el humo de los días perdidos en soledad.”La escritora Ana María Matute, dice -Que el cuento tiene un viejo corazón de vagabundo, que vive la excursión predilecta de la infancia”.

Soy la última de la familia en acostarme y desde que entraron los ladrones en casa me siento extraña, un leve soplo de aire me sobresalta y los libros o el papel blanco parecen que bailen ante mí con espíritu de lejanía y me invade el deseo de ser yo misma con la impresión del pasado que conserva la vida.

Una noche, mi entorno de soledad se llenó con los rumores remotos de la tierra. El aire extendía un perfume exquisito de tabaco rubio encendido, y nadie de mi familia fumaba y menos a esas horas de madrugada; todos dormían.

No quería asustarme, pensé que alguien, en la calle fumaba y que el humo perfumado de tabaco el aire lo arrastraba y subía desde la calle penetrando por el balcón.

De pronto me entró un gran cansancio y somnolencia, apoyé sobre la mesa los brazos y sobre ellos la cabeza…me fui durmiendo, en ese duermevela escribía palabras en un papel, estas palabras parecían dormidas dentro de mi corazón, y surgió la fantasía de una figura de espuma transparente que pasó rozándome y se alejaba.

Desperté asustada. ¿Había tenido un sueño? ¿Fue realidad o ficción? Rápidamente me acosté sin mirar lo que había escrito. La soledad es como un buitre que espera la carne mortal del solitario.

A la mañana siguiente, al despertar tardé en traer los pensamientos a su sitio y pensé en leer lo que escribí la noche anterior cuando no estando consciente de hacerlo.

Por caminos de miedo y soledad
avanzo temerosa, como estatua,
y encuentro los demonios impasibles
que trasladan mi crónica de olvidos
hacia la encrucijada de las lágrimas.

Me descubro en la noche y otra vez nazco.
Lamento delirante rasga el aire,
me cerca la ancestral pesadilla gris
y soy estalagmita de otro mundo
que respira el terror y vive sombras.

Éxodo de anónimos laberintos;
sobre las ascuas siento que camino.
Al fin dejo la luna, vivo el sol
y debo enfrentarme al miedo mortal
para llenarme de paz transparente,
los extraños caminos de la vida.

¿Qué me decían estos versos escritos en la noche de los insomnios? Día y noche vivía con la sensación que algo misterioso y desconocido detenía el tiempo, pero yo sabía que cuando se cerrase aquel paréntesis de irrealidades, pasaría exactamente lo que tenía que pasar, no obstante me encontraba en el peligro infinito de la locura, en el mundo de las sombras efímeras.

Todas estas sensaciones me aumentaban en el comedor, cerca de la estantería de la que robaron las fotografías de los abuelos; los dos espacios que ocupaban las fotos han quedado vacíos y parecen dos ojos que mirasen pidiendo algo…

Conté a mi familia sobre el olor de tabaco que por la noche llenó la casa y la sombra de espuma que me rozó al pasar cerca de mí; no me hicieron caso, dijeron que eran manías mías.

-Acuéstate pronto, también puedes pasear y cansarte.

-Abuela, no creo en los fantasmas- me dijo mi nieto Roberto, tiene 23 años.-y menos que fumen, y que la pared mire o hable.

El tema sirvió para reír y hacer bromas.

-¿Qué tal los fantasmas, abuela?-me pregunta mi nieto Ismael, tiene 19 año, y riendo comenta.-Yo no tengo miedo, no existen fantasmas.

-Dejaos de bromas y observar esa pared,- respondí un poco enfadada- mirad atentos y quizás sintáis las sombras de los pasos lejanos.

El día continuó con normalidad, las horas pasaron rápidas. Cuando anochece, poco a paco me voy poniendo nerviosa…pero no digo nada para que no empiecen otra vez con el royo de los fantasmas. Después de cenar, jugamos todos, una partida de Julepe, cuando finalizó, mi nieto Ismael se fue uno rato con los amigos del pueblo; Roberto después de escuchar música se acostó Mi hijo y su mujer, después de leer un rato quisieron dormir, yo tenía miedo a ese mundo de sombras que parecía esperarme. Tenía insomnio, me rodeaba un laberinto de niebla … Se levantó un viento extraño dentro de casa que me envolvía con perfume de tabaco rubio.

-¡Roberto, despierta!- le dije a mi nieto- despierta, la casa huele a tabaco.

Cuando despertó, salimos rápidos a la calle, en el cielo brillaba una luna llena espléndida; la fuerza del aire era poderosa y nos rodeaba como un aliento misterioso que sin querer oíamos, sentíamos la duda hacia el mundo del más allá desconocido, la duda, según Federico Chopín: La felicidad es efímera, la certidumbre engañosa. Solo vacilar es duradero.

La calle estaba vacía, no había nadie en ella. Roberto dio varios paseos y comprobó que solo había viento en la calle por cierto intensamente perfumado.

Pasamos, los dos, una noche fatal rodeados de una pesadilla demencial, sólo nos faltaba el fantasma de espuma.

El comedor, de la vieja casa, es bastante grande, la mesa que hay es redonda y amplia; tiene espacio suficiente para ocho o nueve comensales. Mi sitio, para sentarme en las horas de comer o cenar, está situado enfrente de la pared donde está la estantería de las fotos y cuando miraba hacia la pared era como si me invitase a un laberinto de emociones desconocidas…Y cambié de sitio en la mesa, éramos cinco personas, teníamos espacio suficiente, pero nadie ocupó el espacio que yo dejé, enfrente de la pared que mira.

Las manías y temores de todos fueron aumentando, yo notaba que mi familia, aunque nadie decía que sentía inquietud y nerviosismo, todos procuraban estar lejos de la pared. Rosa, mi hija política, practica y decidida, resuelta nos dijo.

-Ya está bien de cuentos…Que si huele a tabaco, que si suenan ruidos y susurro, que si fantasmas y la gran locura de la pared que mira. ¡Basta ya, o regresamos a Valencia! ¡Ya está bien!.

-Tienes razón en todo lo que dices…,- le respondí a Rosa.-pero creo que la pared que mira quiere tener las fotos de los abuelos en los espacios que quedaron vacío, por el robo.

-¿La pared que mira dice eso?-Preguntó Ismael riendo.-Abuela, la pared no dice ni pío, no habla.

-Ya está bien de polémica-dice Rosa,- llamaré al móvil a Carla – su hija, mi nieta- que viene a Cañada el sábado y le pediré que traiga una fotografía antigua, en ella están juntos los abuelos, que busque el álbum, está guardado en un cajón del aparador.

-Abuela te lo crees todo,-dice mi nieto Ismael el pequeño-no hay fantasmas, es tu imaginación.

-Si antes del robo no había problema sobre perfumes y sombras,-le respondo comentando lo siguiente.-veremos al poner las fotos si se soluciona el problema y nos liberamos del maleficio de las sombras

Pasaron varios días rodeados de tensión y de continuos sobresaltos. Es sábado, desde Valencia llega Carla a Cañada, trae la fotografía que le pidió su madre.

-Mamá toma la foto que me pediste-dice Carla a su madre-, creo que estáis todos un poco locos y obsesionados, abuela haz con la foto lo que quieras.

-Ahora es tarde, no tenemos tiempo, es hora de comer- le respondo – esta noche lo haremos, necesito ayuda para descolgar la estantería de la pared y desmontarla por detrás para poner cada foto cerca del cristal que la protege.

-Si, vamos a comer, -dice Roberto, mi hijo- Después cada uno que haga lo que quiera. Mamá yo te ayudaré con la estantería, a ver si por fin nos quedamos tranquilos, y olvidamos las manías.

La comida fue tranquila, y con buen apetito, Carla nos dio noticias de su hermana, mi nieta Lucía, que estaba muy atareada con el trabajo de verano y sería difícil que fuese a La Cañada. No comentamos nada sobre la pared y las fotos, pero yo notaba que sobre la familia había una tensión, como de alerta y temor.

-Esta noche procuraré estar aquí cuando pongáis las fotos-dice Roberto mi nieto.

-Abuela, quiero ver el efecto que producen las fotos en la estantería -ríe Ismael y comenta- a lo mejor nos saluda y da las gracias.

-No te hagas el gracioso.-Respondo- Estos días, seguro que has tenido más miedo que yo, pero no lo dirás.

El resto del día transcurrió sin problema.

Esta noche somos en la mesa seis comensales para cenar, que transcurre sin ningún incidente.

-Bueno es la hora de poner las fotos-comento, está muy sería.- Como solo teníamos una foto en la que estaban juntos la abuela y el abuelo, la he cortado con mucho cuidado por la mitad, en una parte está la abuela y en la otra el abuelo.

Mis nietos están hablando o jugando con el móvil. La estantería, mi hijo la descuelga de la pared, la deja sobre la mesa y con suavidad y atención desmonta la parte de atrás, yo coloco, las fotos en cada vacío que corresponde a cada una.

-Ves abuela, no pasa nada.-dice Ismael.- Tú creías que los fantasmas hablarían, pero no ha pasado nada.

-Mejor, que tengamos paz, vamos a colgar la estantería en la pared.

Al colgar la estantería inmediatamente se levanta un fuerte viento que gira y gira, fuera y dentro de la casa, todo lo envuelve el olor a tabaco rubio encendido. Mi nieto Roberto está en la calle.

-¿Qué pasa? – grita – No comprendo, el olor de tabaco vuelve otra vez.

La luz eléctrica se marcha y quedamos a oscuras, la casa tan solo esta iluminada por la luz de la luna que entre desde fuera y entre las sombra vemos, o percibimos, una figura de espuma que da la mano a otra figura de espuma y cogidos de la mano desaparecen en el comedor, justo enfrente de la estantería, un viento huracanado deshace las figuras de espuma en partículas que lleva hacia las fotos recién puestas en la estantería.

-¡Ismael ya has visto que tenía razón!-exclamo emocionada- La pared hablaba, creo que ahora la pared nos protege.

-Parece increíble lo que ha pasado,-dice Roberto padre- como dicen, sino lo veo no lo creo.

– Prefiero no saber nada del mundo del más allá.-Comenta Carla asustada.

-Deseo y espero que los ladrones no vuelvan a asaltar la vieja casa,- digo.-y que se queden en paz las fotos y las sombras.

En Cañada, desde ese día, las vacaciones continúan con paz, alegría y serenidad, y desde la pasión de vida, sangre, sentimiento y sombra; el silencio del tiempo es nuestro y no del olvido.

© Ana Fernández de Córdova
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