3er Premio Narrativa 2024: Rosa García Oliver

3er Premio de Prosa XV Certamen Literario Ateneo Blasco Ibáñez 2024
Rosa García Oliver

El Arma Que No Deja Huellas

El barco seguía navegando, como si el tema no fuese con él. La puerta del camarote seguía recibiendo golpe tras golpe.

Hacía unas horas que la noche se había sentado sobre el mar y sobre este, el horizonte mostraba su eterna serenidad, en cambio, las olas, como si intuyeran algo, sí estaban rabiosas, sacudían su rabia contra la proa del buque. Ante la ausencia de la luna, las estrellas intentaban asomarse entre la neblina para ver como navegaba el transatlántico donde cientos de personas brindaban por el año nuevo, ajenas a la tragedia que se fraguaba en un recóndito lugar del barco.

Desde que Sofía y Esteban se casaron, dos décadas atrás, año tras año en cada aniversario, ella pedía el mismo deseo cuando apagaba las velas de la tradicional tarta: Hacer un crucero por el Mediterráneo. La reacción y gesto de Esteban siempre era el mismo, parecía que acababa de regresar “del dichoso viaje” pero no le llevaba la contraria, le seguía la corriente conformándola de que el próximo año sería, ya que el mar le gustaba verlo en las revistas, postales, TV, y decía que en el mar solo debían “navegar” los peces. A pesar de las muchas desavenencias que la pareja fue acumulando durante los cuatro lustros que llevaban conviviendo, no le impidieron a la mujer seguir soñando.

Aquel día, terminaban de almorzar cuando Sofía le dijo a su marido que le dejara el coche para ir a hacer unas compras. Él intentó disuadirla alegando que había una fuerte tormenta y era peligroso conducir, pero esta insistió. Después de un cambio de impresiones, una vez acicalada, la mujer se salió con la suya y cogiendo las llaves se esfumó con premura. Eran sobre las diez de la noche cuando regresó.

Esteban le preguntó e insinuó que dónde estaban las compras, ya que solamente llevaba el bolso en las manos. Sofía se quedó un poco sorprendida, pero reaccionó de inmediato diciéndole que no había encontrado lo que buscaba y que otras cosas las había encargado. El hombre se quedó con gesto de intriga, pero aquella noche no tenía ganas de irse a la cama discutiendo como casi todas las noches.

El asunto había sido el siguiente:

Sofía descargó las compras en el desván que había en el garaje, ya que estaba preparando el viaje a escondidas porque sabía que a él no le hacía ninguna ilusión. Así, una vez organizado daba por hecho que no habría marcha atrás. Ya tenía los billetes, maletas, ropa y enseres necesarios, aunque aún le faltaba la documentación necesaria en caso de accidente o enfermedad. Ella contaba con los días de vacaciones que ya le había adjudicado en la empresa y que hizo coincidir con los de su marido, y daba la casualidad de que había buenas ofertas para los que disfrutaban de la jubilación.

Faltaban 10 días para viajar, cuando Sofía, después de cenar pensó que había llegado el momento de “abocar el saco” *. Decirle que todo estaba preparado y lo bastante organizado como para que él no tuviese que molestarse para nada. Había ahorrado lo suficiente como para no tener que tocar la parte que corresponde a la economía familiar, así no podría ponerle excusas.

El postre se le atragantó a Estaban “y aún no se lo había comido”. A pesar del calor que hacía se quedó helado, y las imágenes que había frente a él en el televisor, se le nublaron por completo. Hubo silencio seguido de mil preguntas.

—¿Por qué no me lo has consultado? ¿No soy nadie? ¿No me incumbe a mí?… Ella buscó las palabras necesarias para convencerlo, pero aún así la discusión estuvo servida. Una más de tantas, pero esta, con evidentes motivos por parte del hombre.

Una vez que se dijeron lo que pensaban y “dispararon” ambas bocas, Esteban cedió y le dijo que harían ese viaje.

Ahora sería él quien forjaría sus planes, estaba en su derecho. Decidió que no iba a pensar en el viaje, sino en cómo se iban a desarrollar los acontecimientos en ese barco, y en ese mar donde pensaba “tirar por la borda” muchos de los problemas que lo iban martirizando desde hacía muchos años. Sí, estaba decidido había llegado el momento, y esa era la ocasión. Así que comenzó a urdir su plan.

Llegó el día de embarcar, fue un día 22 de diciembre. La alegría de los pasajeros era unánime. Las despedidas se sucedían a la vez que vociferaban:

—¡Buen viaje! ¡Feliz Nochebuena! ¡Cuidado con las inocentadas!

El regreso estaba previsto para el día de Año Nuevo.

Sofía y Esteban tenían diez días por delante para disfrutar, y quizás ese viaje les sirviera para acercarse un poco más el uno al otro, ya que hacía mucho tiempo que la cuerda de la convivencia estaba demasiado tensa, tanto que se diría que a punto de romperse. ¿Se romperá?

Los días en el barco transcurrían con tal sosiego entre la pareja, que Sofía estaba muy extrañada, pero se alegró porque pensaba que además de disfrutar y cumplir su sueño, estaba comprobando que este viaje estaba siendo una excelente terapia de pareja, así que no pensaría en el pasado. Borrón y cuenta nueva.

Por su parte, Esteban disimulaba muy bien el supuesto disfrute de las vacaciones. Se bañaban en la piscina climatizada, asistían a la sala de masajes, y disfrutaban cada noche bailando y recordando las canciones que de jóvenes los enamoraron. Incluso hicieron algunas amistades, y algunos, al verlos tan radiantes les preguntaban que si eran recién casados. Nadie diría que ese viaje iba a dejar estelas en las vidas de ambos, aunque estelas más bien negras.

Atardecía cuando paseando por la cubierta del barco, Sofía resbaló con tan mala suerte, que se hizo una luxación en el pie derecho. Era su última noche. Estaba previsto finalizar el crucero y desembarcar al día siguiente.

¿Año Nuevo vida nueva? O…

Era Noche Vieja. Esteban le propuso a su mujer cenar los dos solos en el camarote, así como de encargarse él mismo de prepararlo todo, contando con el menú que se ofrecía a bordo. Sofía no podía creer lo que estaba viviendo. Era feliz.

Sólo un primer plato y postre. Ya eran mayores para los excesos.

Esteban sirvió el menú en platos de porcelana china, que consistía en suculento pavo con manzana, perfecta combinación con el excelente vino tokaji, de origen húngaro y que servido en copas de cristal de Bohemia y a 12º de temperatura, sería el mejor festín para el paladar. El postre fue una exquisita torta de laranja**, famoso postre de tradición portuguesa y que fue servido en una bandeja de plata, a juego con la cubertería.

Esteban no dejó que su mujer hiciera el mínimo esfuerzo, ya que tenía el pie vendado, y descansando sobre una almohada en la silla. Una vez que habían cenado, este recogió los enseres de la mesa. Se acercaba la hora de tomar las uvas.

Para esta ocasión las copas eran de cristal de Sèvres, en las que saboreando un cava Codorníu, pondrían el broche final de la última cena en el barco, junto con doce uvas en cada bol, como es la tradición española. El hombre, usó dos boles de la vajilla del barco porque esas piezas de menaje las olvidó en sus preparativos.

Comenzaron a comerse las uvas al compás de las campanadas, no sin antes, haberse besado ambos por iniciativa de Sofía.

Cuando la mujer tenía la última uva en la boca, su marido aún la tenía en el bol, porque enfurecido le disparó lo siguiente:

— ¡Si piensas que este viaje ha sido romántico, acertado y que he disfrutado, te equivocas! ¡No quiero volver a verte! ¡Ha sido una puta apuesta que hice conmigo mismo, y espero ganarla limpiamente en unos minutos!

Sofía se quedó ojiplática, mientras Esteban salía desencajado del camarote.

A los diez minutos, Esteban golpeó la puerta una y otra vez sin que nadie le abriera.

A la mañana siguiente, la TV daba las primeras noticias: «Una mujer

Ha muerto atragantada con un grano de uva”.

Un plan con éxito. Nadie lo descubriría, porque utilizó un arma que no deja huellas.

*Dar una explicación o contar algo.
**Naranja en portugués.